TALENTOS QUE MATAN

Se
enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu
sabiduría
a
causa de tu esplendor. Ezequiel 28:17.
El
cabello largo, ondulado y negro como el azabache caía,
graciosamente, sobre sus hombros; y, a pesar de la oscuridad de
la noche, sus ojos, grandes y hermosos, brillaban con el fulgor de
sus sueños. Sueños brillantes, coloridos, iluminados por poderosos
reflectores y adornados con aplausos. Ella, la estrella aclamada; la
multitud, rendida a sus pies, pidiendo escandalosamente que
cantara otra vez.
Desde
pequeña fue así. Apenas tendría dos años de edad, y ya subía a
la mesita de centro de la sala, tomaba cualquier objeto en la mano y
se ponía a cantar. Dios la había bendecido con una linda voz:
parecían un canario, en una mañana de sol. Pero,
esa fue su tragedia: se enalteció su corazón a causa de su
hermosura; corrompió su sabiduría a causa de su maravillosa
voz.
Es
triste decirlo, pero la realidad nos muestra, con frecuencia, la vida
de personas que recibieron talentos extraordinarios de parte de Dios
y fueron conducidas a la muerte. Pero, el problema no estaba en los
talentos, sino en la manera frívola en que los administraron.
Cuando
los talentos giran en torno del yo, la tragedia se aproxima como un
caballo desbocado; es cuestión de tiempo. Más tarde o más
temprano, los castillos se desmoronan como si fuesen de arena; el
viento se lleva la gloria humana; las luces se apagan, los aplausos
callan, y nadie más pide un bis.
Conocí
a Charo, convertida en una estrella en decadencia: sus tiempos de
gloria se habían ido prematuramente. Los médicos no lo entendían,
pero la tuberculosis, rebelde, se resistía a cualquier tratamiento,
e iba devorando sus pulmones, impiadosamente. Con los ojos brillando
de emoción, me confió: “Es el precio que estoy pagando por
innúmeras noches mal dormidas, hundida en el mundo de la
farándula”.
Murió
joven. Cuando quiso cantar para Dios, ya era tarde: sus pulmones no
resistían; su voz, quebrada, parecía un tambor viejo. Solo producía
el lamento triste de alguien que no supo administrar el don que Dios
le dio.
Tú
continúas vivo. Para ti, todavía no es tarde: el sol aún brilla en
tu jornada. ¿Por qué no le entregas a Dios todo lo que eres y lo
que tienes? Hazlo ahora, y recuérdate que con Lucifer fue diferente,
porque “se enalteció su corazón a causa de su hermosura,
corrompió su sabiduría a causa de su esplendor”.
DIOS
TE BENDIGA
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