TRANSFUSIÓN
Publicado el 09 October 2013
Hace
muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de
Stanford, conocí a una niñita llamada Liz, que sufría de una
extraña enfermedad.
Su
única oportunidad de recuperarse era una transfusión de sangre de
su hermano de 5 años, quien había sobrevivido a la misma enfermedad
y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla. El
doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó
si estaría dispuesto a darle su sangre. Yo lo vi dudar por un
momento antes de tomar un gran suspiro y decir: “Sí, lo hare si
eso salva a Liz”
Mientras
la transfusión se hacía, él estaba acostado en una cama al lado de
su hermana muy sonriente, mientras nosotros los asistíamos y veíamos
regresar el color a las mejillas de la niña.
De
pronto el pequeño se puso pálido y su sonrisa desapareció.
Miró
al doctor y le preguntó con voz temblorosa: “A qué hora empezaré
a morir?”
No
había comprendido al doctor: pensaba que tendría que darle toda su
sangre a su hermana. Y aun así había aceptado.
Juan
15:13. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por
sus amigos.”

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