EL
CAMINO ELEGIDO

“Dos
caminos se bifurcaban en un bosque y yo, / yo tomé el menos
transitado, / y eso hizo toda la diferencia” (El camino no
elegido, Robert Frost). Había tomado yo el camino más
transitado. Me sedujo el rumor de la multitud que apaga el sonido de
la soledad interior. Seguí las señales seguras. Me amparé en la
protección de los vigilantes. Quise la garantía de cierto éxito,
la comodidad de lo conocido, el saber concertado por los
instructores, vivir más o menos en paz. Tal vez lograr alguna
reputación, un lugar entre los ganadores, dejar un legado suculento
para las hijas. Anduve ese camino demasiados años por razones
que se vislumbran en mucho de lo que escribo en este blog.
Aunque
algo tarde, un día – o un mes o un año, ya no me acuerdo cuánto
tardó – elegí otro camino. Las razones también pueden hallarse
entre estos escritos. Hubo que despojarse de mapas, mochilas,
brújulas y toda clase de garantías. Recuerdo una mañana en
particular: tendido de espaldas bajo unos manzanos, sobre mí un
cielo azul imposible de describir, llorando a gritos, sentí el
apremio, el desespero por despojarme de todo lo aprendido. Eones de
tiempo pasaron sobre mí y con ellos el desfile de los discursos, las
reverencias, los códices, los reglamentos, los lugares comunes, las
consignas, las exigencias, el protocolo, los principales señores y
sus cátedras del miedo y la condena, el lago de fuego ardiendo y las
calles de oro y simplemente no quise más. Se lee linda esta
descripción. Romántica en el puro sentido del término. Pero la
verdad es que fue un cataclismo, un terror colosal. Todos los miedos,
todas las angustias, todos los horrores de la soledad y el
extrañamiento entraron a saco en mi atribulada conciencia.
Sin
embargo, de a poco me fue sorprendiendo una cierta paz, un desapego
saludable, un alejamiento sanador. Sacudidos los estigmas
ancestrales, la conciencia quedó disponible para hacer preguntas,
para descreer, para dudar. Los íconos estuvieron a mano para ser
destruidos o simplemente descartados. El poder de la vieja
institución se desplomó bajo el peso de la evidencia a ojos vista.
Como el niño del cuento, pude ver cuán desnudo estaba el rey en
realidad.
Es
un camino poco transitado. Como en las extensas carreteras del
desierto, hay que cargar mucho combustible porque hay períodos
largos en donde sólo te tienes a ti para acompañarte. Pero se
siente bien – la mayor parte del tiempo…
Benjamín Parra
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