CONOCIENDO
NUESTRAS DEFORMACIONES, Por Dr. Roberto Miranda.
Se
requiere una conciencia muy lúcida de las fuerzas desconocidas que
continuamente pugnan dentro de nosotros. El subconsciente humano es
un mar sin fondo. De él salen muchas de las acciones que afectan
nuestra vida, muchas veces sin que nosotros logremos darnos cuenta.
Tenemos
que pedirle al Espíritu Santo una capacidad muy profunda e incisiva
para discernir esas fallas estructurales, esos “tendones de
Aquiles” de nuestro carácter que, como grietas invisibles
corriendo a lo largo de un muro, ponen en peligro nuestra estabilidad
y permanencia. Todos tenemos esas fallas. En muchos casos no las
podremos eliminar enteramente, y sólo lograremos controlarlas y
mantenerlas bajo disciplina a lo largo de nuestra vida.
Los
defectos y deformaciones emocionales que nos lega la vida
frecuentemente son poderosos y persistentes. La realidad es que,
muchas veces lo máximo a lo cual podremos aspirar es sujetarlos
diariamente a la palabra de Dios, impidiendo que nos lleven a un
comportamiento auto-destructivo, administrándonos una dosis de
humildad, prudencia y dominio propio cada día. Como gente con una
condición de salud persistente, deberemos mantener en vista nuestra
“enfermedad”, y tomar medidas adecuadas para mantenerla bajo
control. Esto en ninguna manera niega el poder o la realidad de Dios.
Tampoco niega su capacidad para cambiarnos eventualmente si nos
entregamos de corazón a su gracia transformadora.
UN
AGUIJON BENEVOLO
Uno
de los más grandes filósofos griegos ha declarado: “La vida no
examinada no merece ser vivida”. Muchos de los problemas y neurosis
de nuestra personalidad se deben a la falta de conocimiento e
introspección acerca de nosotros mismos. El salmista ora:
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis
pensamientos. Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en
el camino eterno” (Sal 139:23 y 24). La realidad es que muchas
veces hay trabas invisibles en nuestra psiquis, deformaciones sutiles
en nuestro carácter de las cuales no estamos plenamente conscientes.
Estas energías negativas se mueven clandestinamente en las zonas no
reconocidas o exploradas de nuestra personalidad. Esa falta de
discernimiento de nuestra parte frecuentemente permite que los
defectos de nuestro carácter continúen manifestándose y deformando
nuestro comportamiento.
En
muchas ocasiones, tendremos que luchar con esas deformaciones
internas durante largo tiempo, explorándolas y examinándolas
pacientemente a la luz de la Palabra, reduciendo gradualmente su
poder compulsivo sobre nosotros, hasta que finalmente logremos
desterrarlas por medio de la confesión, la oración y el
sometimiento activo a Dios.
Más
misterioso aun, habrá veces en que Dios soberanamente decidirá
mantener viva esa agónica lucha interna dentro de nosotros hasta que
algún misterioso propósito que sólo Él conoce haya sido
consumado. En estos casos, nuestra lucha interior, la conciencia de
nuestra propia debilidad espiritual, vendrá a ser como un benévolo
contrincante, un misterioso entrenador que Dios ha de usar para
acercarnos a Él, mantenernos más humildes y hacernos más
dependientes de su gracia.
De
nuevo, el famoso aguijón del apóstol Pablo resulta iluminador en
este caso. Después de recibir gloriosas revelaciones, Pablo tuvo que
soportar una humillante y persistente lucha interior de la cual no se
nos dan muchos detalles, pero que evidentemente le causaba gran
agonía y sentido de culpabilidad (ver 2 Corintios 12:7 y 8).
Después
de pedirle al Señor tres veces que lo librara de esa penosa
condición espiritual, y recibir la misma negativa acompañada de un
llamado a simplemente abandonarse a su gracia, Pablo entendió que
Dios permitía esa aparente debilidad para su propio bien, y que esta
cumplía un misterioso propósito santificador y fortalecedor. Su
“aguijón” lo mantenía humilde. Le recordaba que, a pesar de sus
privilegiadas experiencias, seguía siendo un mero reo de la gracia
de Dios, perpetuamente necesitado de su misericordia. Esa forzosa
humildad lo protegía. Constituía una especie de disciplina
preventiva. Lo mantenía a salvo de los inevitables estragos de la
soberbia espiritual a la cual hubiera sucumbido dada las exaltadas
revelaciones que había recibido.
De
ahí las hermosas palabras de 2 Corintios 12:9 y 10, las cuales
hacemos bien en acatar nosotros mismos:
9
Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo.
10
Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en
afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte.
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