viernes, 15 de junio de 2012

CONOCIENDO NUESTRAS DEFORMACIONES, Por Dr. Roberto Miranda.

Se requiere una conciencia muy lúcida de las fuerzas desconocidas que continuamente pugnan dentro de nosotros. El subconsciente humano es un mar sin fondo. De él salen muchas de las acciones que afectan nuestra vida, muchas veces sin que nosotros logremos darnos cuenta.

Tenemos que pedirle al Espíritu Santo una capacidad muy profunda e incisiva para discernir esas fallas estructurales, esos “tendones de Aquiles” de nuestro carácter que, como grietas invisibles corriendo a lo largo de un muro, ponen en peligro nuestra estabilidad y permanencia. Todos tenemos esas fallas. En muchos casos no las podremos eliminar enteramente, y sólo lograremos controlarlas y mantenerlas bajo disciplina a lo largo de nuestra vida.

Los defectos y deformaciones emocionales que nos lega la vida frecuentemente son poderosos y persistentes. La realidad es que, muchas veces lo máximo a lo cual podremos aspirar es sujetarlos diariamente a la palabra de Dios, impidiendo que nos lleven a un comportamiento auto-destructivo, administrándonos una dosis de humildad, prudencia y dominio propio cada día. Como gente con una condición de salud persistente, deberemos mantener en vista nuestra “enfermedad”, y tomar medidas adecuadas para mantenerla bajo control. Esto en ninguna manera niega el poder o la realidad de Dios. Tampoco niega su capacidad para cambiarnos eventualmente si nos entregamos de corazón a su gracia transformadora.

UN AGUIJON BENEVOLO

Uno de los más grandes filósofos griegos ha declarado: “La vida no examinada no merece ser vivida”. Muchos de los problemas y neurosis de nuestra personalidad se deben a la falta de conocimiento e introspección acerca de nosotros mismos. El salmista ora: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal 139:23 y 24). La realidad es que muchas veces hay trabas invisibles en nuestra psiquis, deformaciones sutiles en nuestro carácter de las cuales no estamos plenamente conscientes. Estas energías negativas se mueven clandestinamente en las zonas no reconocidas o exploradas de nuestra personalidad. Esa falta de discernimiento de nuestra parte frecuentemente permite que los defectos de nuestro carácter continúen manifestándose y deformando nuestro comportamiento.

En muchas ocasiones, tendremos que luchar con esas deformaciones internas durante largo tiempo, explorándolas y examinándolas pacientemente a la luz de la Palabra, reduciendo gradualmente su poder compulsivo sobre nosotros, hasta que finalmente logremos desterrarlas por medio de la confesión, la oración y el sometimiento activo a Dios.

Más misterioso aun, habrá veces en que Dios soberanamente decidirá mantener viva esa agónica lucha interna dentro de nosotros hasta que algún misterioso propósito que sólo Él conoce haya sido consumado. En estos casos, nuestra lucha interior, la conciencia de nuestra propia debilidad espiritual, vendrá a ser como un benévolo contrincante, un misterioso entrenador que Dios ha de usar para acercarnos a Él, mantenernos más humildes y hacernos más dependientes de su gracia.

De nuevo, el famoso aguijón del apóstol Pablo resulta iluminador en este caso. Después de recibir gloriosas revelaciones, Pablo tuvo que soportar una humillante y persistente lucha interior de la cual no se nos dan muchos detalles, pero que evidentemente le causaba gran agonía y sentido de culpabilidad (ver 2 Corintios 12:7 y 8).

Después de pedirle al Señor tres veces que lo librara de esa penosa condición espiritual, y recibir la misma negativa acompañada de un llamado a simplemente abandonarse a su gracia, Pablo entendió que Dios permitía esa aparente debilidad para su propio bien, y que esta cumplía un misterioso propósito santificador y fortalecedor. Su “aguijón” lo mantenía humilde. Le recordaba que, a pesar de sus privilegiadas experiencias, seguía siendo un mero reo de la gracia de Dios, perpetuamente necesitado de su misericordia. Esa forzosa humildad lo protegía. Constituía una especie de disciplina preventiva. Lo mantenía a salvo de los inevitables estragos de la soberbia espiritual a la cual hubiera sucumbido dada las exaltadas revelaciones que había recibido.

De ahí las hermosas palabras de 2 Corintios 12:9 y 10, las cuales hacemos bien en acatar nosotros mismos:
9 Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
10 Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

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